sábado, 10 de marzo de 2012

LITO



Me gustan los animales y, aunque he tenido más inclinación por los perros: Kaiser, el pobre Grego y Toby, nunca llegué a imaginar que tendría un gato.
Uno teme lo que no conoce y eso es lo que me pasaba a mí con los gatos: me asustaban su movimientos sigilosos, la mirada huidiza, las uñas y dientes que de niña alguna vez probé, su fama de animales sin filiación, es decir, que nunca te verían como su amo y sólo están contigo porque sacan algún beneficio. También la fama de animal misterioso, siempre acompañando a los brujos y brujas, representación del mal y Lucifer, aunque los egipcios los veneraban como semidioses y los respetaban, creían en que traían buena suerte. Hay otras versiones en las que dicen que ahuyentan los malos espíritus y velan por sus dueños, pero sin duda prevalece su mala fama.
Nunca me imaginé teniendo un gato y sin embargo se ha hecho realidad. ¿Cómo? Bueno, sucedió porque sí, porque estaba en mi destino que se cruzara ese gato y terminara en casa. Al principio le tenía algo de respeto y miedo, pero según han ido pasando los días, las semanas y meses, Lito (porque así se llama mi gato), se ha convertido en un miembro más de esta familia, más querido por Ricardo y por mi que por las niñas, que se sienten celosas de la atención que recibe el gato, aunque no es mucha, sobre todo porque el propio gato no la quiere.
Su pelo suave como peluche, el ronroneo sincero de estar feliz al verte aunque prefiere que no lo cojas mucho, los cabezazos a las piernas mientras te pide cosas y ese calor tan agradable que desprende cuando se tumba a tu lado, han conseguido ganar mi corazón. Sabe cuando me encuentro mal. Me acompaña todo el rato y vigila mientras duermo. Me despierta por las mañanas cuando suena el despertador y no me quiero levantar e insiste hasta que me ve de pie. Sabe que me encuentro triste y se deja abrazar un ratito, dándome ese calor (el físico y el amistoso) que hace que me sienta bien, muy bien y me permite imaginar que aún existe una esperanza para mí.
Te quiero mucho Lito, igual que mi padre quería y no se olvidó nunca de sus gatos; igual que mi abuela María que convivía con muchos y no quería oír hablar de echarlos de la casa aunque oliera mal. Ahora los entiendo y entiendo de dónde me viene el cariño a los gatos.
Te quiero mucho Lito, porque eres ese complemento que le faltaba a la bruja Aurori.