lunes, 5 de abril de 2010

Una vela para tí



Ayer, como otros muchos días, encendí una vela y una barra de incienso en su llama. Cuando las enciendo, hago un saludo y doy las gracias por lo bueno que tengo y hago un llamamiento a la energía que me rodea para que entre en mí y me de fuerzas para seguir adelante. La invocación de ayer, 4 de abril de 2010 fue diferente. Recordé ese día de hace ocho años en el que te marchaste sin poder decirnos adiós. Recordé el dolor intenso de saber que no estarías más con nosotros, al menos en tu presencia física. Brotó el llanto suave y triste, pero no por tí sino por mí, mis hijas, mi madre, mis hermanos y sobrinos pues nos quedamos huérfanos de tu compañía y todo lo que nos aportabas. Nos diéramos cuenta o no en ese momento eras muy importante para nosotros.


Encendí la vela y observé su llama. Luz bamboleante, pero firme que iluminó tanto mis ojos como mi alma. Te la dediqué a tí. Esperaba que pudieras ver su luz y te guiase a través de la oscuridad hacia mí. Poder sentir, aunque sólo fuera un instante, que estabas aquí. Sentirte como te sentía cuando te fuiste y me animaste a ser la cabeza visible de la familia, guiarla en sus pasos en solucionar lo que tu vacío representó y a levantarme de aquel pozo profundo de la depresión en el que caí sin darme cuenta.


La encendí pensando en tí y egoístamente en mí también porque necesitaba sentir de nuevo aquel impulso que supuso el punto de inflexión para el resurgir.


Necesito volver a resurgir.


Necesito volver a sonreir.


Necesito tener objetivos.


Necesito una luz que me guie.


Hubiese necesitado poder decirte adiós.